El gremio del periodismo en Colombia está más dividido que nunca
Fuente de Semana.com
- "La polarización y el odio llegaron a
niveles alarmantes al periodismo en Colombia. Esto, poco a poco se está
convirtiendo en una amenaza para el ejercicio profesional.
- Hoy, la vida de cientos de
periodistas sigue estando en juego por su trabajo.
- Tampoco es cierto que para ser un buen
profesional del periodismo se requiera ser de izquierda, como nos quieren hacer
creer. Eso es una falacia mandada a recoger' escribió Vicky Dávila en diferentes
medios de redes sociales en el país. Quien además de esto, subrayó:
La polarización y el odio
llegaron a niveles alarmantes al periodismo en Colombia. Esto, poco a poco se
está convirtiendo en una amenaza para el ejercicio profesional. Mientras
periodistas y medios de comunicación se enfrentan problemas de credibilidad
históricos entre los ciudadanos, el gremio está más dividido que nunca. El
mismo que vio cómo las balas asesinas se llevaron a Guillermo Cano, a Jorge
Enrique Pulido y Jaime Garzón, entre muchos otros colegas valerosos y anónimos.
Hoy,
la vida de cientos de periodistas sigue estando en juego por su trabajo.
Además, el periodismo se enfrenta a una nueva arma de destrucción: el
desprestigio como una estrategia de eliminación. En medio de este preocupante
panorama, algunos colegas decidieron promover irresponsablemente una peligrosa
clasificación de periodistas: buenos y malos, éticos y anti-éticos, objetivos y
vendidos, serios y charlatanes. Muy grave. Mientras tanto, pareciera que el
gremio se ha politizado a una velocidad alarmante. Cuidado con el hostigamiento
entre colegas. Suficiente se tiene con el que llega a través de las redes
sociales, especialmente por razones políticas. Las consecuencias pueden
comprometer la seguridad y hasta la vida. Críticas constructivas sí.
Persecución entre periodistas no.
Evidentemente,
en toda labor hay profesionales mejores y peores que otros. También ocurre en
el periodismo. El público es el mejor juez, premia y castiga. Pero es necesario
no llamarse a engaños. Lo que se vive hoy en el periodismo colombiano es una
guerra ideológico-política que no tiene justificación alguna, es dañina y
perturbadora. No a los autoritarismos impuestos por quienes se creen vacas
sagradas. No a la dictadura de opinión. Pensar distinto, o incluso equivocado,
no puede ser motivo de estigmatizaciones y agresiones permanentes. Las
opiniones diversas enriquecen las discusiones, y más en una democracia. Pero
eso no es precisamente lo que se está promoviendo en el gremio.
La tolerancia a la opinión
distinta se acabó. Aquí entre los periodistas solo se “tolera” al colega que
piensa igual, y en ese círculo se aplauden como focas. Al tiempo, se
descalifica y matonea al que se sale del molde. ¿Dónde quedó esa misión heroica
del periodismo de luchar por la libertad de expresión como un derecho
fundamental de todo ser humano? Bien decía el escritor y periodista británico
George Orwell que “la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere
oír”. Y diría que también es escuchar lo que no se quiere escuchar.
A
los periodistas no se nos puede llenar la boca para exigirles respeto por la
libertad de prensa a la sociedad, a los Estados y a los Gobiernos, si no se empieza
por respetarse entre los mismos periodistas, el derecho a pensar diferente.
Alejados de la gavilla, la malaleche y el resentimiento. Alejados del chisme de
baranda que solo se alimenta de fisgonear al periodista vecino. En el gremio se
ha impuesto una práctica perversa de aplastar al colega como si fuera una
mosca. Porque eso sí, malos para la autocrítica y muy buenos para señalar al
otro. No hay respeto. Solo alianzas por conveniencia o similitud ideológica.
Se tiene que abrir los ojos porque
en el gremio hay quienes, apoyados en una falsa superioridad moral, se quieren
adueñar del concepto de “periodismo independiente”. Se debe estar convencido que
para ser un periodista independiente lo único que se necesita fácticamente es
no depender de nada, ni de nadie, a la hora de publicar. Aunque suene
redundante. No importa si se es de izquierda, centro o derecha. No importa la
ideología. Importan los intereses. Cuan menos intereses se tengan, más
independiente se puede llegar a ser. La independencia, además, es una decisión
personal.
Tampoco es cierto que para ser un
buen profesional del periodismo se requiera ser de izquierda, como se quiere
hacer creer. Eso es una falacia mandada a recoger. Menos ese requisito absurdo
que se ha instalado en las redacciones en las que solo es respetable aquel
periodista que está a favor de los que tienen antipatías por este o aquel político.
SE sabe de colegas que no tienen antipatías por uno o por otro que hacen una
tarea impecable, sin sesgos. Ya basta de querer echar a la hoguera a quienes no
son consumados por los unos o por los otros y que automáticamente los vuelven militantes
a este y otro partido.
Más
grave aún, es la furia de los dirigentes de la moral periodística si se hace
alguna crítica al proceso de paz con grupos guerrilleros. Eso no está permitido
en ese código de buen comportamiento periodístico que quieren imponer como
regla. El rigor está en peligro por el sesgo. Los periodistas deben entender
que ninguno tiene la verdad revelada. No son dioses, solo son seres humanos.
Hay que intentar domar el ego y las envidias.
Como
periodistas no se pueden aceptar presiones. Ni siquiera las que llegan desde el
mismo gremio. Sería bueno que quienes anden con una varita censuradora y
señalan como dictadores a quién es buen periodista y quiénes no se miraran en
el espejo. Se darán cuenta que no son perfectos.
La polarización y el odio llegaron a niveles alarmantes al periodismo en Colombia. Esto, poco a poco se está convirtiendo en una amenaza para el ejercicio profesional. Mientras periodistas y medios de comunicación se enfrentan problemas de credibilidad históricos entre los ciudadanos, el gremio está más dividido que nunca. El mismo que vio cómo las balas asesinas se llevaron a Guillermo Cano, a Jorge Enrique Pulido y Jaime Garzón, entre muchos otros colegas valerosos y anónimos.
Hoy, la vida de cientos de periodistas sigue estando en juego por su trabajo. Además, el periodismo se enfrenta a una nueva arma de destrucción: el desprestigio como una estrategia de eliminación. En medio de este preocupante panorama, algunos colegas decidieron promover irresponsablemente una peligrosa clasificación de periodistas: buenos y malos, éticos y anti-éticos, objetivos y vendidos, serios y charlatanes. Muy grave. Mientras tanto, pareciera que el gremio se ha politizado a una velocidad alarmante. Cuidado con el hostigamiento entre colegas. Suficiente se tiene con el que llega a través de las redes sociales, especialmente por razones políticas. Las consecuencias pueden comprometer la seguridad y hasta la vida. Críticas constructivas sí. Persecución entre periodistas no.
Evidentemente, en toda labor hay profesionales mejores y peores que otros. También ocurre en el periodismo. El público es el mejor juez, premia y castiga. Pero es necesario no llamarse a engaños. Lo que se vive hoy en el periodismo colombiano es una guerra ideológico-política que no tiene justificación alguna, es dañina y perturbadora. No a los autoritarismos impuestos por quienes se creen vacas sagradas. No a la dictadura de opinión. Pensar distinto, o incluso equivocado, no puede ser motivo de estigmatizaciones y agresiones permanentes. Las opiniones diversas enriquecen las discusiones, y más en una democracia. Pero eso no es precisamente lo que se está promoviendo en el gremio.
La tolerancia a la opinión distinta se acabó. Aquí entre los periodistas solo se “tolera” al colega que piensa igual, y en ese círculo se aplauden como focas. Al tiempo, se descalifica y matonea al que se sale del molde. ¿Dónde quedó esa misión heroica del periodismo de luchar por la libertad de expresión como un derecho fundamental de todo ser humano? Bien decía el escritor y periodista británico George Orwell que “la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”. Y diría que también es escuchar lo que no se quiere escuchar.
A los periodistas no se nos puede llenar la boca para exigirles respeto por la libertad de prensa a la sociedad, a los Estados y a los Gobiernos, si no se empieza por respetarse entre los mismos periodistas, el derecho a pensar diferente. Alejados de la gavilla, la malaleche y el resentimiento. Alejados del chisme de baranda que solo se alimenta de fisgonear al periodista vecino. En el gremio se ha impuesto una práctica perversa de aplastar al colega como si fuera una mosca. Porque eso sí, malos para la autocrítica y muy buenos para señalar al otro. No hay respeto. Solo alianzas por conveniencia o similitud ideológica.
Se tiene que abrir los ojos porque en el gremio hay quienes, apoyados en una falsa superioridad moral, se quieren adueñar del concepto de “periodismo independiente”. Se debe estar convencido que para ser un periodista independiente lo único que se necesita fácticamente es no depender de nada, ni de nadie, a la hora de publicar. Aunque suene redundante. No importa si se es de izquierda, centro o derecha. No importa la ideología. Importan los intereses. Cuan menos intereses se tengan, más independiente se puede llegar a ser. La independencia, además, es una decisión personal.
Tampoco es cierto que para ser un buen profesional del periodismo se requiera ser de izquierda, como se quiere hacer creer. Eso es una falacia mandada a recoger. Menos ese requisito absurdo que se ha instalado en las redacciones en las que solo es respetable aquel periodista que está a favor de los que tienen antipatías por este o aquel político. SE sabe de colegas que no tienen antipatías por uno o por otro que hacen una tarea impecable, sin sesgos. Ya basta de querer echar a la hoguera a quienes no son consumados por los unos o por los otros y que automáticamente los vuelven militantes a este y otro partido.
Más grave aún, es la furia de los dirigentes de la moral periodística si se hace alguna crítica al proceso de paz con grupos guerrilleros. Eso no está permitido en ese código de buen comportamiento periodístico que quieren imponer como regla. El rigor está en peligro por el sesgo. Los periodistas deben entender que ninguno tiene la verdad revelada. No son dioses, solo son seres humanos. Hay que intentar domar el ego y las envidias.
Como periodistas no se pueden aceptar presiones. Ni siquiera las que llegan desde el mismo gremio. Sería bueno que quienes anden con una varita censuradora y señalan como dictadores a quién es buen periodista y quiénes no se miraran en el espejo. Se darán cuenta que no son perfectos.
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