Olvidó lo que alguna vez escuchó de la Comuna Dos Santa Cruz: Flores para Virgelina

 Por:  María Eugenia Durango Vera

 En un momento de afanes, el paso lento de Doña Virgelina Flórez es un desafío. Cuando se tiene el privilegio de percibirla, se recibe el regalo equivalente a un abrazo; se siente la necesidad de mirarla una y otra vez, porque a primera vista es difícil descifrarla. Su tranquilidad habla de que en nuestra humanidad, hay una fragilidad que convoca necesariamente a la humildad, y más que un juego de palabras, hay silencios necesariamente que hablan.


“Sí, Señora”, asintió un acompañante, tras haberle preguntado si necesitaba ayuda y cuál era su nombre. Terminaron de subir las escaleras que de la cancha sintética que conducen hacia la Parroquia San Martín de Porres. Tomó con fuerza sus manos frágiles para protegerla de una eventual imprudencia de la avalancha de autos y motos que transitan sin cesar por la calle 48.

“¿Y usted vive muy lejos?” preguntó. “Como a 10 cuadras de aquí”, dijo. Al inicio parecía increíble que viniera de tan lejos, y se decidió acompañar a Doña Virgelina Flórez, una adulta mayor oriunda de Cañasgordas, Antioquia, que hace casi 50 años llegó a la Comuna Dos Santa Cruz, buscando huir de la violencia de su esposo y se dedicó a trabajar como empleada doméstica.

Al subir por callejones y gentes que se detenían a saludarlos, un vecino los detuvo: “¿Abuela, quiere llevarse una sardina? Está fresca y casi entera, es que no fui capaz de comérmela yo solo”. Se miraron y dijeron que sí. En una bolsa, acomodaron la lata de sardina para tratar de no regarla mucho.

“Piñas, bananos, papayas, acérquense que estamos en promoción”, se escuchaba entre el ruido de los carros, a los vendedores ambulantes que sobre un carro acomodaban la venta de productos de cosecha. A decir verdad, hacía agua la boca con el olor a piña Oro Miel, e intentó alcanzar a los vendedores, pero solo pudo disfrutar del olor.

Al paso lento de Doña Virgelina, se iba preguntando internamente por tantas brechas sociales; por quienes exhiben el derroche de los recursos económicos con lujosos vehículos y no se conduelen al paso de ellos, los que deben acomodarse a los andenes insuficientes, a tantos cansancios, en fin, a convivir con las miserias. No dejaba de admirar a Doña Virgelina, que se apoyaba en su bordón de palo.

Su mirada, al igual que la del acompañante, se dejó llevar por las flores, los frutales, las plantas aromáticas y medicinales de los antejardines y el espacio público. Entonces, se olvidó de las carencias y fue consciente nuevamente de que nuestra riqueza está en descubrir el valor de las pequeñas cosas; en este caso, el de una hoja medicinal o una flor sencilla que solidariamente nos ofrece una maceta llena de salud y aromas.

“Yo quiero llevar de ese prontoalivio”, dijo. Sin dudarlo, al instante se encontraba recortando varios tallos. La sardina ya empezaba a cobrar el atrevimiento de la improvisación. Ahora, el aire olía a sardina y plantas aromáticas.

Sentadas en un parque, en el que se veía el Metrocable, Doña Virgelina intentaba descansar un poco, mientras la brisa de la tarde desacomodaba sus cabellos abundantes y tinturados. Al fondo, un árbol de papaya y un muro con insignias del Nacional.

Olvidó lo que alguna vez escuchó de la Comuna Dos Santa Cruz de Medellín: que había “gente rara” por todas partes, que tal vez verían en una extraña como ella una persona sospechosa; pero la verdad es que se atrevió a mirar a todo aquel que estuviera al alcance y solo encontró a los mismos.

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