Una fuerza invisible

Una mujer rural en la ciudad 

Por:  Rubí Aidé Marín Chancí

En un rincón del barrio Santa Cruz, de la Comuna Dos del distrito de Medellín, en la Carrera 43 C, con la Calle 101. Vive Shirley Marín, una mujer de 44 años, cuya vida es un testimonio de empuje y tenacidad. Con una sonrisa cálida y una mirada firme, refleja la valentía de las mujeres rurales que se aventuran en la ciudad en busca de oportunidades. Shirley ha enfrentado los desafíos de la vida con coraje y esperanza.

Nacida en el corregimiento de La Granja del municipio de Ituango, creció rodeada de la naturaleza y la tradición agrícola de su familia. La tierra y el trabajo duro fueron su escuela, y pronto aprendió a valorar la simplicidad y la autenticidad de la vida rural, ella es más que una figura estadística; es una madre, una hija, y una vecina. Es la que se levanta antes del amanecer a preparar el desayuno para su familia, para luego a salir a trabajar en su negocio familiar y en los tiempos libres en el solar de su casa.

“En el 2008 llegué a Medellín, con la ilusión de encontrar un futuro mejor” manifestó Shirley: haciendo un gesto con su rostro y moviendo una mano para contar su historia, “después de varios meses de búsqueda de empleo no logré encontrar uno estable y, la incertidumbre empezó a asecharme, pues a pesar de que fui muy feliz en el campo no quería devolverme, sino que la meta era aprender de cómo era la vida aquí en Medellín”. A pesar de la poca visibilidad en los diferentes escenarios de la ciudad, Shirley siguió luchando por darse un espacio en el territorio, donde su trabajo le permitiera mantenerse a sí misma y, comenzar su proyecto de vida.
 
Fue entonces cuando conoció a su compañero sentimental y juntos formaron una familia. Tuvieron tres hijos y Shirley se convirtió en la columna vertebral de su hogar; para sostenerlos emprendieron un negocio en el sector comercial. “Shirley no olvidó sus raíces rurales; ella quería un espacio donde pudiera alternar el trabajo comercial y donde pudiera sembrar”, manifestó Julio Mayo, su esposo. “Esta mujer rodeada de sus cultivos ha construido una vida estable y feliz en este barrio”, contó Rosa Pulgarín, una vecina de toda su vida en el sector.
 
A pesar de la distancia de su tierra natal, Marín no ha perdido la conexión con la naturaleza, y en un pequeño solar de su hogar siembra cebollas, jardín, cilantro y árboles ornamentales, recordando siempre las técnicas aprendidas en su infancia. “Esta actividad me proporciona una fuente de ingresos adicionales y me permite mantener viva mi herencia cultural y rural”, manifestó con un gesto de orgullo y satisfacción. “Shirley es un ejemplo inspirador de cómo las mujeres rurales pueden adaptarse a la vida en ciudad, sin perder su identidad y tradiciones”, dijo: Martha Rojas, su amiga y vecina.

Esta crónica muestra que la mujer rural en el barrio Santa Cruz, no solo es una figura de cuidado y apoyo; sino que también son visualizadas en el contexto como empresarias innovadoras y que, así como Shirley, muchas han creado pequeñas empresas de artesanías, agricultura y servicios que generan ingresos y empleos en el barrio, aportando un mejoramiento a la economía local y al tejido social.

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